CASITA DE MUÑECAS III

Si te gusta, puedes leer las partes anteriores en estos enlaces:


La tía Mencía, que hacía mucho tiempo había llegado a la conclusión de que las personas viejas necesitaban dormir poco, estaba en su amplia y mullida cama con la cara vuelta hacia la ventana.
Ya clareaba.
Las cortinas descorridas, tenían muchos años. 
Descoloridas y gastadas por el sol y el uso; aquí y allá asomaban el grueso forro y el fleco del volante y los artísticos cordones que las recogían estaban deshilachados. 
No importaba, un día fueron bonitas.
 Hoy haría un fresco y seco día, pasaría una o dos horas en el jardín podando los rosales, sería agradable.

 

Tenía un almohadón de goma que protegía de la humedad sus viejas rodillas y dos robustos mangos verticales en los que se apoyaba para levantarse. Sencillo y práctico.
 Abajo se abrió y cerró una puerta, por los pasillos se oía una carrera joven.
 Mencía se volvió sobre sus almohadas con funda de lino y alargó la mano hacia las gafas, la mesita de noche era muy grande, casi como un escritorio, por la cantidad de objetos, pequeños pero importantes,que había que tener a mano: las gafas, el vaso de agua, una lata de galletas, un bloc y un lápiz de punta bien afilada, por si se le ocurría una idea brillante a media noche, una fotografía de Blas ( su novio, al que mataron en la guerra), que contemplaba el mundo con severidad desde su marco de terciopelo azul, y la novela que estaba leyendo, " Las torres de Barchester".... quizás por sexta vez.

 
Miró el reloj. Las siete y media.

Ya se acercaba la joven niña; más joven que niña. 
Ya entró en el dormitorio corriendo, como un torbellino con el vaso de agua caliente en el que flotaba una rodaja de limón. 
- Me abres la casita de muñecas de mamá?
Anda por favor! me dejas la llave?


La casa quedó en silencio, era vieja, pero bien proporcionada y tan silenciosa que por encima del murmullo de los pensamientos se oía perfectamente el lento tic tac del reloj de pie. 
El suelo embaldosado del zaguán estaba cubierto de alfombras, ya gastadas, y de él arrancaba una airosa escalera. 
 Se respiraba un olor peculiar a cera de muebles y flores con un toque de piedra húmeda y bodega fría.

Allí no había calefacción central, únicamente el fuego de la chimenea y el sol que entraba por la puerta abierta reflejándose en el suelo.

Carmen Bécares

Para continúar clic AQUÍ




Comentarios

  1. Qué bonito! Soy nueva por aquí, y , por supuesto, he ido a leer los dos anteriores relatos. Me han encantado! Muchas gracias!

    ResponderEliminar
  2. Carmen te felicito por tu cuento, está precioso, tienes dotes de escritora! Yo que tu me hablaba con una editorial para publicarlo junto con otros cuentos que seguramente tendrás por allí. Está muy bueno!! No deseches la idea pues hoy en día entiendo que hasta la propia gente de Amazon te publica y vende tu libro (eso me dijeron hace poco). Publicar hoy en día parece que ya no es tan difícil ni costoso como lo era antes. Averigua que tu cuento vale la pena!! Saludos

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares